Hacia una matriz energética más limpia y renovable

Radiografía del sector

En rigor, los norteamericanos han estado años ensayando con esa fuente. Allá por 1979, en medio de la segunda crisis petrolera, el presidente James Carter hizo instalar paneles solares en la azotea de la Casa Blanca. Después, los hidrocarburos se normalizaron y se esfumó el interés por el sol. Ahora, crecientes temores sobre otra crisis de combustibles fósiles renuevan el interés en las empresas dedicadas a la helioenergía.
Michael Rogol, analista experto en el mercado mundial de la energía solar, señala que las acciones de esas firmas han trepado 150% en los doce meses hasta fin de septiembre. SunPower, subsidiaria de Cypress Semiconductor, una fabricante de microprocesadores -comparten un insumo básico- ha iniciado el trámite para cotizar en Wall Street. Lo mismo ha hecho, en Fráncfort, Q-Cells, una empresa alemana bastante grande, conocida como «la Netscape solar».
Estimulados, los inversores a riesgo han estado financiando un creciente número de emprendimientos helioenergéticos. Sólo en la primera mitad de 2005, el flujo de fondos sumaba US$ 100 millones en Estados Unidos. La reciente ley de energía y combustibles aporta algunos modestos incentivos a la actividad, pero muchos estados de la Unión ofrecen estímulos propios muy superiores a los del gobierno federal.
La helioenergía representa todavía una ínfima parte de la generación mundial, pero se expande velozmente. Alrededor del planeta, este año la generación puede alcanzar 1,5 gigavatios, el doble que en 2003. Hacia 2010, ese total cuadruplicaría el de este año y llegaría a seis gigavatios. Las ventas irán de los actuales US$ 11.000 millones a 36.000 millones a fin de la década.
No obstante, invertir en el sector no es fácil. Muchos grandes productores de energía solar son, realmente, divisiones o filiales de grupos gigantes. Por ejemplo, British Petroleum, Sharp, Shell o General Electric. Por otra parte, la mayoría de empresas mejor enfocadas en el negocio -hay pocas excepciones- no cotiza o, si lo hace, no es en Wall Street.

Insumos y economía

Entretanto, la helioenergía sufre un mal crónico: la escasez de polisilocona, materia prima común a células solares y semiconductores. Durante algunos años, el crecimiento sectorial será atenuado no por falta de demanda, sino por insuficiencia de ese insumo básico.
Técnicamente, el esquema es simple: la energía solar irradia sobre un panel de silicona, descarga electrones y genera electricidad. Esos paneles se conectan en módulos capaces de emitir energía por sí solos o enganchados a una red eléctrica. Los vendedores de estos equipos apelan a un recurso de marketing casi mágico: un medidor eléctrico que puede marchar hacia atrás. Cuando el sol brilla y la demanda local de electricidad es baja, el usuario puede “revenderla” a la red, en tanto otros pueden «comprarla».
Lo que ya no es tan simple en la ecuación económica. Para empezar, la energía solar abunda, pero no está disponible en una situación conocida de antemano (la noche) ni en circunstancias aleatorias (nubarrones, lluvia). Por ende, la helioenergía es más práctica en algunos lugares que en otros. Además, los paneles son poco eficientes: pierden la mayor parte de la energía potencial, por lo que hacen falta muchos.
Lo bueno, en cambio, es que el segmento se expande y el costo minorista de la helienergía viene bajando desde 1990 a razón de 6/7% anual. Así lo señala Ronald Resch, director de la Solar Energy Association. En diez años, estima, este tipo de electricidad alcanzará paridad de precios con la convencional.

Menos Washington, todos incentivan

Afortunadamente para el sector, una cantidad de gobiernos locales y nacionales -no todavía Washington- se interesa en promover el desarrollo de alternativas a los combustibles fósiles. De modo que han establecido importantes programas de subsidios, orientados a superar diferenciales de costo.
Los incentivos más amplios han sido creados por Japón y Alemania, ambos líderes globales en helioenergía. No sorprende, entonces, que muchas de las firmas más exitosas en el segmento coticen en Fráncfort o Tokio, no en Nueva York (ni en Londres, reducto del gran negocio petrolero). Para los promotores norteamericanos de combustibles o fuentes alternativas de energía, eso es frustrante. «Nuestros recursos son superiores de lejos -protesta Resch-, pero Alemania ofrece los mejores incentivos del mundo. Tiene políticas proactivas, con la meta de reducir dependencia de combustibles fósiles y subsidia la helioenergía a razón de 54 centavos por kilovatio/hora».
En EE.UU., el sector sufrió un revés, al fracasar una propuesta de incentivos, llamada «un millón de azoteas solares», auspiciada por el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger. El proyecto pasó el senado pero, en la cámara baja, el poderoso “lobby” petrolero local lo trabó. Ahora, Schwarzenegger considera la posibilidad de eludir al poder legislativo y lanzar el programa vía la comisión de servicios públicos.
Merced a las políticas de Alemania y Japón, la demanda de celdas solares aumentó alrededor del planeta a razón de 40% o más, desde 2001, contra 20/25% en los años ’90. Como resultados, hacia 2006 casi la mitad de la oferta mundial de polisilicona será absorbida por la helioenergía. Según el consultor Richard Winegarner, ya hay un déficit de 10% en la oferta del insumo.
No sorprende, pues, que los futuros de la polisilicona hayan subido de US$ 42 el kilo en 2003 a 45 en este momento. Pero los precios al contado van de US$ 60 a 80, aunque en un mercado donde casi no hay disponibilidad inmediata. Los fabricantes del insumo se desesperan por aumentar capacidad productiva, pero nadie se hace ilusiones hasta 2007/8.

Otras alternativas

Con crudos en picos de US$ 70 y naftas a 85 centavos el litro en EE.UU., el motor de combustión interna parece acercarse a la declinación. Dicho de otro modo, se vienen los combustibles no convencionales. Aun en días nublados.
Por el momento, es cierto, ninguna tecnología opcional muestra clara ventaja sobre el resto. Cada una tiene ventajas, inconvenientes y obstáculos a superar. Por ejemplo, los motores diesel -o sea a gasoil- ya no se parecen a los que fracasaron en los ’70 (en EE.UU., no en muchos países periféricos). Los actuales, que mueven casi la mitad de coches en toda Europa y gran parte de Latinoamérica, Asia meridional y oriental, incorporan partes electrónicas avanzadas y logran mezclas más «limpias».
Por supuesto, los diesel tienen sus desventajas: expelen más óxido de nitrógeno y más hollín que los motores a nafta. Entretanto, los híbridos ya no parecen una simple moda: de mayo a agosto, Toyota vendía más de 9.500 modelos Prius por mes en EE.UU.
Eso significa que ese auto es más comprado que modelos grandes tan tradicionales como el Pontiac G6 (General Motors) o el Chrysler Pacifica. Si bien el Prius rinde muchos más kilómetros por litro, no todos los híbridos son tan económicos. El Accord H de Honda, más amplio que el Prius y con menos uso del motor eléctrico, solo rinde algo más que el Accord convencional.
Por otra parte, se espera hacia 2007/8 que BMW agregue otro tipo de motor al mercado alternativo, capaz de emplear indistintamente nafta o hidrógeno. Su prototipo se llama H2R y ha alcanzado los 295 km/hora. La firma pondrá en plaza, dentro de dos años, un sedán serie 7 con ese equipo. Más en largo plazo, los fabricantes cifran esperanzas en motores a células de hidrógeno y una reacción química que genera electricidad y agua. De hecho, ya se conoce un prototipo de DaimlerChrysler, el F-Cell.
Como puede verse, hay una energía alternativa que, en lo tocante a automotores, no pasa de una aplicación pintoresca: la solar. Por el contrario, los heliopaneles son componentes relevantes en la navegación espacial, Por lo menos, hasta los aledaños de Urano…


El panorama visto desde el Banco Mundial

Según el Informe 2005 sobre perspectivas en energía y combustibles, el consumo de hidrocarburos habrá subido 57% entre 2003 y 2025. Para entonces, el crecimiento del consumo provendrá mayormente de economías en desarrollo. Así presume el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF)
El extenso trabajo, postula que la demanda de combustibles fósiles (directa y vía energía eléctrica generada) se expandirá a razón de 2% anual acumulativo en esos veintitrés años, un lapso arbitrario. Ese guarismo es muy poco inferior a 2,2% del periodo 1970-2002 (treinta y tres años, no ya veintitrés).
Por otra parte, el consumo total de energía y combustibles alrededor del mundo ascenderá de 412.000 billones en unidades térmicas británicas (UTB) en 2003 a 553.000 billones hacia 2015 y 645.000 billones hacia 2025. También en esta escala, las economías en desarrollo representarán gran parte de la expansión proyectada. Ese grupo, que incluye China e India, doblará su demanda entre 2003 y 2025.
Dada la linealidad de estas estimaciones, las atinentes a uso de hidrocarburos se basan enteramente en proyecciones hechas en 2002 sobre el producto bruto interno (PBI) de cada país o, en el caso de la Unión Europea, el PB regional de los quince miembros, no el de los actuales veinticinco. A su vez, el PBI se ajusta en términos de paridad de poder adquisitivo.
En ese plano, el trabajo también se remite a estimaciones de hace dos a tres años, pues proyecta 5,1% anual de crecimiento del PBI en las economías emergentes, nivel que el último informe semestral del FMI reduce a 4,3%. A su vez, las economías centrales crecerán a razón de 2,5% anual y las del ex bloque soviético lo harán a 4,4%.
En contraste con las economías en desarrollo, el consumo de energía y combustibles en países avanzados -a criterio del informe- y ex soviéticos, se proyecta en niveles más modestos. En el caso de las economías centrales, patrones de consumo e infraestructura, junto con un desplazamiento de industrias -intensivas en esos recursos- a servicios, permiten presumir no más de 1,1% anual de crecimiento en la demanda de combustibles fósiles. Mucho menos que 3,2% postulado para países emergentes.
Tomando sector por sector, el perfil de consumo puede variar ampliamente. En términos globales, empero, la manufactura y los transportes muestran el crecimiento más firme (2,1% anual en ambas categorías). Familias y comercios tendrán ritmos algo inferiores (1,5, 1,9%), siempre de 2003 a 2025 y tomando medias mundiales.
En las economías centrales, donde el crecimiento vegetativo es menor y mayor el envejecimiento de la población, el sector más dinámico en consumo de energía y combustibles es el comercio (1,3% anual). Los demás segmentos tienden a ritmos bastante más moderados. Para economías emergentes y transicionales (el informe todavía define así el ex bloque soviético, Rusia inclusive), la demanda de hidrocarburos en industrias y transportes puede promediar 1,6% anual.


Tampoco sobra el uranio

Algunos temen que la energía nuclear no sea una solución

Mientras trepan la demanda y los precios de combustibles fósiles, muchos suponen que la nuclear es la gran solución para bajar costos, reducir descarga de gases tipo invernadero y dependencia de los hidrocarburos. Aún los «verdes» empiezan a aceptar la opción atómica.

Por desgracia -sostiene el experto Benjamin Sovacool, Instituto Politécnico de Virginia-, «los átomos no son la respuesta que imaginan».
Tampoco han pasado a la historia, como creen muchos críticos de la energía nuclear. Si bien la mayoría de plantas norteamericanas tiene más de veinte años, el recalentamiento planetario -cuyos peores efectos, vaya paradoja, los sufre el país cuyo gobierno no lo tomaba en serio- reaviva interés en el sector. El protocolo de Tokio, desdeñado por la Casa Blanca, entró en vigencia para 140 estados y contempla el uso de combustibles alternativos.
Estas presiones generan interés en los reactores, porque muchos suponen -erróneamente- libres de dióxido de carbono, el gas del efecto invernadero. Inclusive la ecóloga Judith Greenwald (Centro Pew) alude al «imperativo de descarbonizar los futuros combustibles y la energía que generen. Eso motiva para mantener la opción nuclear abierta».
Tres grandes compañías norteamericanas de servicios (Exelon, Entergy, Dominion) han solicitado permisos a la comisión reguladora nuclear para levantar usinas en Illinois, Misisipi y Virginia. Por su parte, la ley de energía y combustibles firmada por George W.Bush apoya la solución atómica, aunque esté fuertemente sesgada en favor de las grandes petroleras.
Esa legislación extiende por otros veinte años, desde 2006, las responsabilidades por accidentes en instalaciones nucleares. También autoriza la construcción de reactores experimentales, a cargo del departamento del ramo, y establece programas de crédito y seguros para tornar más atractivas las futura usinas.

¿Menos dependencia del petróleo?

En el plano mundial, a mediados de año se hallan en construcción veinticinco reactores en diez países. China tiene nueve en operaciones y proyecta levantar treinta en los próximos cinco años. También hay planes al respecto en India, Pakistán, Irán, Japón, Rusia, Taiwán y Surcorea.
«En realidad, la dependencia no aflojará», afirma el estudio de Sovacool. «El petróleo genera directamente apenas 3% de la electricidad en EE.UU. El resto proviene primordialmente de carbón, gas natural, fuentes nucleares e hidroeléctricas» (el experto incurre en una omisión: las dos primeras fuentes también son de origen fósil y no renovables).
No obstante, «la capacidad de la energía atómica para reducir dependencia de hidrocarburos -en EE.UU.- se elevaría si el público comprase más vehículos híbridos, que emplean electricidad o hidrógeno, procedentes de reactores. Pero la transición hacia fuentes no convencionales exigirá no menos de veinte a treinta años, debido a las dificultades de desarrollar células a bajo costo o la infraestructura para extraer, comprimir y almacenar hidrógeno». Quienes no responden al «lobby» petrolero, creen que eso ocurrirá en diez a quince años.
Existe otro problema: el combustible de los reactores. «Muchos analistas, en campos opuestos -apunta Sovacool-, saben que, al presente ritmo de consumo, queda uranio para apenas cincuenta años. Eso pone en tela de juicio grandes inversiones en plantas nucleares».

¿Átomos limpios y baratos?

«Lamentablemente, no es así» afirma el especialista. Cuando sancionó la ley de energía en agosto, Bush sostuvo que sólo las usinas nucleares pueden generar electricidad en escala masiva sin contaminar ni emitir dióxido de carbono. «Está totalmente equivocado. Reprocesar y enriquecer uranio requiere a menudo energía originada en combustibles fósiles».
Según el Instituto de Investigaciones en Energía y Ambiente (EE.UU.) enriquecer la masa de uranio necesaria para alimentar un reactor de mil megavatios durante un año, empleando el método más eficaz disponible, exigirá 5.500 Mv/hora de electricidad generada vía gas o carbón. Eso para que una planta de cien megavatios funcione 550 horas. Por tanto, «muchas usinas atómicas contribuyen al recalentamiento global. Al mismo tiempo, no reducen la dependencia respecto de combustibles fósiles no renovables».
En lo tocante a costos, «un típico reactor de 1.100 cuesta entre US$ 2.000 y 3.000 millones. Estos valores suben al computar gastos en almacenamiento de desechos y desactivación de plantas envejecidas. Esos requerimientos financieros dificultan el equilibrio entre capacidad y demanda, lo cual significa que las usinas tienden a la sobreoferta de energía».


Pesimistas y optimistas

En materia petrolera, lo que realmente sobra son opiniones

«Hemos pasado el pico en la era de los hidrocarburos», viene afirmando desde 2003 Thomas Boone Pickens, el más famoso depredador de empresas en los años â80 pero, en realidad, un geólogo muy hábil en buscar petróleo.

El hoy multimillonario fundó Mesa Petroleum cuanto tenía apenas 26 años y la manejó durante cuatro decenios. Semirretirado, a los 77 sigue en el negocio, pero a través de dos fondos de riesgo centrados en hidrocarburos, ambos en Dallas.
La verborragia de Pickens encubre un hecho: el personaje ha tomado partido en un debate por demás agitado, pues adhiere a la llamada «hipótesis regresiva« ». O sea, afirma que -simplemente- ya no quedan en el planeta yacimientos importantes que descubrir. Por consiguiente, las empresas irán drenando gradualmente el billón de barriles en reservas cubicadas todavía bajo el suelo o agua. «Cuando se hayan agotado, adiós negocios».
La frase pertenece al discípulo más conocido de Pickens, el consultor especializado Matthew Simmons, que opera también una banca de inversión en Houston. A su juicio, la demanda mundial de combustibles fósiles va en vías de exceder crónicamente la oferta, por amplio margen (y eso lo dijo antes de que los huracanes Katrina y Rita dañaran refinerías, ductos y plataformas costa afuera). «Me atrevo a asegurar que ya vivimos una severa crisis de hidrocarburos y los precios continuarán en un serrucho ascendente».

Existe otro grupo de analistas que, con parecida vehemencia, sostiene que el mundo no sufre una crisis así y, probablemente, no la afronte durante largo tiempo. El adalid de la «hipótesis feliz» es Daniel Yergin, autor de «The epic quest for oil, money and power», libro que ganó un premio Pulitzer en 1992. Fundador de la consultora Cambridge Energy Research Associates, subraya: «es la quinta vez que estamos, supuestamente, a punto de quedarnos sin crudos».
«Siempre -arguye- han aparecido tecnologías que posibilitaban detectar nuevas fuentes de hidrocarburos o extraer más crudos y gas de yacimientos existentes». Su firma publicó, meses atrás, un estudio según el cual, de 2004 a 2010, las existencias petrolíferas habrán aumentado al ritmo de 16 millones de barriles diarios. Por ende, compensarán el alza de demanda y forzarán un descenso de precios.
Parece difícil de explicar por qué uno de los recursos vitales de la humanidad y su destino generan semejantes divergencias de opinión. Por cierto, varios analistas ajenos a ambos bandos se manifiestan sorprendidos, en buena parte porque la polémica también involucra grandes compañías de la industria. Así, Chrevron-Texaco adhiere a la tesis de Pickens, en tanto Exxon Mobil se alínea con Yergin.

Tres motivos

Existen tres razones para esa falta de consenso. Primera: los hidrocarburos se esconden en lo profundo de la tierra o el mar y son difíciles de mensurar; por ende, datos tan básicos como cuánto petróleo queda abajo o cuánto podrá extraerse son, en muchos casos, meras presunciones.
Segunda: el negocio está envuelto en secretos. Como revelaba semanas atrás el «New York Times», Saudiarabia -junto con Rusia, el mayor productor actual- no acepta que la Organización de Países Exportadores audite sus informes sobre extracción, exploración y reservas. De Moscú mejor no hablar.
Tercera: el mero hecho de que haya divergencias tan marcadas dice muchísimo sobre la óptica y los intereses de cada sector. «Por un lado están los geólogos y otros profesionales; por el otro los analistas económicos y financieros», indica Seth Kleinman, de la consultora PFC Energy (Washington). Por supuesto, es una generalización, pero contiene bastante verdad.
Ambos bandos coinciden en una cosa: la reciente atropellada de precios, que empezó en abril (mucho antes de Katrina), confirma que la demanda de hidrocarburos ha alcanzado la oferta. La expansión económica de China e India y la moderada recuperación en Estados Unidos son factores decisivos en ese proceso. El universo feliz de Yergin parece no existir.

Números feos

Volviendo a Pickens, sus números son inquietantes. «El mundo extrae unos 85 millones de barriles diarios y eso constituía la demanda a mediados de este año. Antes de los huracanes -añade-, la capacidad refinadora ya no acompañaba la demanda, especialmente en EE.UU. Esas plantas estaban operado a 96% y esto es insostenible. Para fin de 2005, la presión sobre los precios volverá a hacerse sentir».
Justamente, lo que postula la hipótesis regresiva, a cuyo juicio los negocios fáciles se han terminado. El principal motivo de que las refinerías operen a 96% de capacidad es que, durante treinta años, no se han levantado nuevas plantas en EE.UU. «Eso refleja la miopía de las empresas -sostiene Simmons- y su quietismo».

En un plano aún más pesimista, Pickens y sus seguidores creen que será cada vez más difícil reponer el petróleo actualmente en explotación. «Hay una estadística bastante aterradora: el planeta consume 30.000 millones de barriles por año. No existe forma de compensar ese volumen. Por ejemplo -señala el magnate-, un solo millón de b/d equivale a mil pozos extrayendo mil barriles».

  • 92% de la producción de quesos se destina al mercado interno.
  • La evolución del consumo per capita viene descendiendo desde el año 2000 a una tasa anual de 11%. Sin embargo, durante el 2004 se produjo un repunte de los niveles de consumo en 10% (con relación a los valores del año anterior).
  • Las exportaciones de quesos en toneladas representaron 9% de la producción del 2004, incrementando 2,5 puntos con relación al porcentaje del año anterior.

El consumo interno

Mientras la producción en toneladas comienza su descenso a partir del año 2000, se evidencia un incremento del consumo en pesos como consecuencia del nuevo esquema económico provocando un alza en los precios de la materia prima y, en mayor proporción, de todos los quesos.
Para el 2004, el consumo mostró signos de recuperación interna con ascensos tanto en volumen (11%) como en valores (12%).
Los quesos blandos siguen ocupando el primer lugar en el ranking de elaboración. Durante la década 1993-2004 representó 55% del total, seguido por los de pasta semidura con un promedio de 30%.
Los quesos de pasta dura y fundido ocupan el tercer y cuarto lugar, con una participación promedio, para la década en estudio, de 13% y 2% del total de los quesos, respectivamente.

Exportaciones

Dada la baja participación del comercio exterior en el sector, las ventas al mercado interno no presentan grandes variaciones respecto del volumen producido. La producción de quesos se destina fundamentalmente al mercado interno.
Hasta el 2003 las exportaciones no habían logrado superar la barrera de las 26.000 toneladas anuales, y ese tope se convierte en un problema para la articulación internacional del sector. Por el contrario, los productos conocidos como «ingredientes» (suero en polvo, proteínas derivadas de suero, lactosa, etc.) sí han mostrado en los últimos años un comportamiento más dinámico.
En la década 1993-2001, las exportaciones promediaron 4% de la producción nacional. En ese lapso los volúmenes vendidos al exterior presentaron altibajos fuertemente condicionados por la disponibilidad de «saldos» excedentes del consumo interno que se correlacionaron con la marcha de la economía doméstica.
Sin embargo, a partir del 2002 los volúmenes comercializados comenzaron a incrementarse, pasando de 6,5% a 9,2% para el 2004 en relación con la producción total de quesos. Si bien la participación es marginal, esta tendencia positiva es alentadora para este sector en particular.
La relación exportación/producción nacional mostró una tendencia alcista a lo largo de la última década, pasando de un mínimo de 1,5% en 1993 a un máximo cercano a 7% en el 2003, en un marco signado por el retroceso de la demanda interna.
Dentro del mix de quesos exportados se destacan los de pasta semidura y dura, que representan 86% del total de exportaciones del sector. En el 2002, las ventas externas alcanzaron un volumen de aproximadamente 26.000 toneladas, lo que significó un ascenso de 47% en relación con al año anterior. Estas operaciones representaron para el país un ingreso de US$ 54 millones FOB, un alza de apenas 9,5% en comparación con el monto transado en 2001. La explicación de esta abultada brecha entre los aumentos en volumen y en valor se halla en que el precio implícito promedio obtenido en 2002 fue del orden de los 2.100 US$/ton., lo que significó un deterioro de 25% respecto del promedio de 2001. Buena parte de esta disminución está en línea con la crisis internacional de precios.
En el 2003 se produce una baja de los volúmenes exportados de 10%, representando un ingreso de US$ 53,4 millones FOB. Es decir, una baja de 1% con relación al monto del año anterior aunque se produjo una recuperación del precio por tonelada de 10% ( US$ 2.307 por tonelada).

Variedades y países compradores

El amplio espectro de variedades exportadas (35-40 tipos diferentes de quesos) se puede desagregar del siguiente modo: 13 tipos distintos de quesos semiduros (liderados por el queso danbo), alrededor de 12 clases de quesos blandos (con la mozzarella como el más representativo) y 9 variedades de pasta dura (lideradas por el parmesano). Estas 3 más importantes -danbo, parmesano y mozzarella- suman 58% del volumen y 54% del monto total obtenido.
En 2003 la Argentina exportó quesos a 33 países, de los cuales EE.UU., México y Brasil, concentraron 82% del volumen y 84% del valor total.
Las exportaciones de quesos en el 2004 se ubicaron en 34.800 toneladas por un valor de US$ 87,4 millones, con un crecimiento de 50,3% en volumen y de 63% en valor con respecto a igual periodo del año anterior. Esto también significó un incremento del precio promedio de 8,7%, pasando de 2,31 en el 2003 a 2,51 US$/kg en el último año.
Los principales destinos para estos productos fueron: México y Estados Unidos. También se registran envíos hacia: Chile; Rusia; Croacia y Brasil, entre otros.
En cuanto a las importaciones de quesos, en el 2004 se ubicaron en las 1638 toneladas por un valor de US$ 3,9 millones. Entre los principales países de origen de estos productos se encuentran: Brasil con 72%, Uruguay 21%, Francia 2%, entre los más relevantes.
Durante el 2003 Argentina importó quesos sólo desde 9 países. Brasil, Uruguay, Francia y EE.UU. concentraron 94% del volumen y 98,2% del valor total.
Las compras de quesos fundidos a Brasil se transformaron en el flujo importador casi excluyente durante 2002 y 2003, ya que acapararon cerca de 54% de las 1500 toneladas importadas en el último año. Los otros movimientos de magnitud fueron las adquisiciones de quesos semiduros a Uruguay (28% del volumen total) y los embarques de quesos blandos provenientes de Francia (4,6%).